Las comunidades cristianas se convierten en sí mismas en una denuncia profética del sistema injusto en el que vivimos. La oración y la piedad bíblica nos compromete a denunciar-practicar la justicia en nuestro entorno más próximo. Y el entorno más próximo de las cristianas y los cristianos son las comunidades de fe donde desenvuelven su vida relacional.
De ahí que la gran preocupación-dedicación de, por ejemplo, el apóstol Juan es que el amor se exprese, en primer lugar, en la familia de la fe en Jesús de Nazaret. Y el amor, el amor al prójimo, se expresa en la opción por la justicia. De tal manera que es imposible, al menos debiera serlo, que en el contexto del pueblo de Dios se dé la saciedad de unos pocos, y el hambre de los muchos. La abundancia de unos pocos provoca la vergüenza-escándalo de los que nada tienen (1 Cor. 11:20-22). Tal situación es un acto de desamor y, por ello, un acto de injusticia.
La justicia, en las Escrituras, poco tiene que ver con el “dar a cada uno lo suyo”. Justicia “es el concepto central que gobierna todas las relaciones sociales. Significa rectificar situaciones entre personas y grupos, vivir conforme a lo que la situación social exige. Significa por tanto justicia para el oprimido”* (un ejemplo de rectificación de situaciones lo encontramos en 1 Jn. 3:16-17). Y ese es el pecado fundamental de nuestro pueblo: la conformidad con la desigualdad social y económica de nuestras hermanas y hermanos que experimentan en primera persona el sistema diabólicamente injusto que articula la aldea global donde desarrollamos, decimos, la misión que Jesús de Nazaret nos encomendó.
De nada sirve que optemos como cristianos y cristianas por la justicia en el mundo, si nuestras comunidades transparentan el sistema que nos rige en su desigualdad social y económica. Ello debiera hacer bajar nuestros ojos avergonzados y sonrojados al caer en la cuenta de que tal vez estemos “practicando el pecado” (1 Jn. 3:8). Juan, el discípulo amado, escribirá unas palabras que debieran atravesar nuestro corazón: “todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Jn. 3:10), al menos no es del Dios que se manifestó a través de la persona de Jesús de Nazaret.
Después de lo dicho, regresemos a la pregunta que da título a esta nota: ¿vive el pueblo de Dios en un estado de injusticia? El que haya leído estas líneas estará plenamente capacitado para responder a la pregunta por sí mismo.
Escuchemos la voz del Resucitado que nos habla, alto y claro, a través de las Escrituras, y no endurezcamos nuestros corazones (Heb. 3:15). ¡Estamos a tiempo de rectificar!
Soli Deo Gloria
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*https://nisanto.wordpress.com/2006/11/14/la-justicia-en-el-antiguo-testamento/
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