El 4 de septiembre se ha cumplido un nuevo aniversario del fallecimiento del destacado teólogo alemán, Wolfhart Pannenberg. Si tuviera que mencionar a algún pensador cristiano que ha influido poderosamente en mi pensamiento teológico y en mi propio modo de articular el quehacer de la teología, sin duda, Pannenberg, ocuparía un lugar de preferencia: Su sola lucha, incansable por lo demás, por lograr que la teología cristiana, en tanto ciencia hermenéutica, a su juicio, ocupase un lugar en el espacio de la universidad, en tiempos en que a la misma se le relega a mera «escuela de las religiones», bajo el influjo del progresismo de la izquierda cultural, o se le reduce nada más que a un saber intraeclesiástico y denominacional, propio de la figura del «instituto evangélico», hace de Pannenberg una gran luminaria en la historia del pensamiento cristiano más reciente.
Pero, no sólo eso, su extraordinario conocimiento de la filosofía y su comprensión de que ésta y no exclusivamente las ciencias sociales resultan en la mejor vehiculización racional de la teología, me parece también un gigantesco aporte, en días, como los nuestros, en el que el quehacer teológico secuestrado por el neomarxismo le ha convertido en un simple instrumento más al servicio de su agenda ideológica, y un relativismo apoteósico propio de la posmodernidad pareciera contaminar toda la teología, y ponerla nada más que al servicio de las reivindicaciones de la cultura dominante y hegemónica. Es cierto que nuestro pensador jamás ocultó su predilección por el hegelianismo de derecha, pero, asimismo, me parece a mí, tuvo la valentía y honestidad de poner constantemente bajo crítica «desde adentro» esa tendencia no solapada suya, cosa que muy pocas veces he visto -mejor dicho nunca- de parte de aquellos teólogos que, por su parte, han suscrito un hegelianismo de izquierda casi sin contemplaciones.
Quien haya leído a Pannenberg alguna vez puede reparar de inmediato cuán en serio se tomó nuestro teólogo la teología como ciencia, dejándole al mismo tiempo a uno la clara convicción mediante la lectura de sus obras de que la teología en cuanto ciencia hermenéutica, no tiene nada que envidiarle a ninguna otra «ciencia del espíritu» (Dilthey), o hermenéutica, como así solía pronunciarse él mismo y, por consiguiente, verse por ningún motivo en el error o en el chantaje de esconderse en el vocabulario y paradigmas de otras ciencias, como la sociología, por ejemplo, con el fin de resultar relevante o legitimada por la academia, secuestrada, en gran parte, asimismo, por esa misma cultura globalizante y su ideología.
No me cabe duda que la obra y pensamiento de Wolfhart Pannenberg, y su gran contribución al pensamiento cristiano y al quehacer de teología, se comenzará a aquilatar mucho más conforme pasen los años, y los mismos nos entreguen la suficiente claridad y madurez de pensamiento para poder distinguir lo que en teología no es más que paja del trigo, ciencia teológica y no prestación ideológica amén de sus beneficios.
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