Jonás 3:1-5, 10; Salmos 63:5-12; 1 Corintios 7:29-31; Marcos 1:14-20
“Y dejando luego sus redes, le siguieron.”
Marcos 1:18
Uno de los recuerdos más bellos de mi niñez es aquel tiempo en que viví cerca del mar. La pequeña ciudad donde vivía era en realidad una isla rodeada de mar y río, con un paisaje tropical hermoso; claro mucho antes que la industria petrolera la alcanzara. En fin de semana y tiempo de vacaciones escolares, las niñas y los niños disfrutábamos ir a la playa para ver a los pescadores jalar sus redes llenas de peces que todavía saltaban tratando de liberarse de ellas. Algunas veces las niñas y los niños “ayudábamos” a los pescadores a poner los peces en las barcas, invariablemente había una recompensa, a cada una/uno nos regalaban un pez.
Hoy, que hago memoria de aquellos días, trato de recordar a los pescadores. Hombres rudos, con rostros curtidos por el sol, gritándose unos a otros para que cuidaran de no perder ningún pez, para que equilibraran el peso de los peces en las pequeñas barcas. Y una vez que terminaban de vaciar las redes, una gran sonrisa se dibujaba en sus rostros cuando veían la pesca que habían logrado. Cuando pienso en ello, pienso en que, tal vez, ninguno hubiese dejado sus redes porque pescar era su vida. Pero hoy… hoy es otra historia en esa ciudad.
¿Qué habrán sentido los discípulos cuando decidieron “dejar sus redes” para seguir a Jesús? Sospecho que no fue tan fácil como lo narran los evangelios, o al menos no como nos lo imaginamos. “Dejar las redes,” era dejar todo aquello que, hasta entonces, daba sentido a sus vidas; era dejar el proyecto y sustento familiar. No, me parece que no fue fácil, pero lo hicieron. Desde entonces, otras y otros también han “dejado las redes” para seguir a Jesús en el compromiso de anunciar la buena nueva del reino de Dios.
Y el llamado sigue con la misma fuerza de aquel entonces en que los primeros discípulos fueron llamados para hacer otro tipo de pesca, o como cuando Jonás fue llamado para anunciar la salvación del Señor a Nínive. Hoy Jesús nos llama a “dejar las redes” para ser luz en medio de un mundo confuso y lleno de violencia.
“Si dejo mis redes, Señor, que sea para seguirte con compromiso. Si dejo mis redes, Señor, que sea para depender totalmente de ti. Si dejo mis redes, Señor, que sea para acompañar al que sufre. Si dejo mis redes, Señor, que sea para anunciar tu misericordia. Si dejo mis redes, Señor, que sea para no volver atrás.” Amén.
Elizabeth Hernández Carrillo
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