…Y si Dios fuese hombre…
Apuntes para una deconstrucción de la masculinidad de Dios
Si bien ya nadie estaría dispuesto a afirmar que Dios es hombre, todos y todas debemos acordar que las descripciones sobre Dios —no solo las de la teología de todos los tiempos sino también las de la primera teología que es la Biblia— han sido, y siguen siendo en algunos ámbitos, rigurosamente masculinas: a Dios se lo llama “Él”, “Dios” es un sustantivo común —que se hace propio— de género gramatical masculino, Jesús fue hombre y como hombre se lo sigue llamando, la Ruah se masculinizó en el pasaje al español. A Dios se le asignan una mayoría de características que la cultura y las atribuciones de género calificarían de masculinas: poder, ira, dominio, razón, acción, etc. Y, si tenemos que hablar de Dios intratrinitariamente y desde ahí establecer su relacionalidad con la humanidad, por otra parte, hablaremos de un vínculo de Padre-Hijo entre la primera y la segunda persona, relación que se expande y se ofrece transitivamente a todos y todas —hombres, pero también mujeres—: Dios es nuestro Padre y todxs somos sus hijos (el masculino genérico aquí está usado deliberadamente).
Antes de continuar quiero hacer una especificación necesaria: una cosa es hablar de Dios en masculino, atribuirle la masculinidad aun cuando en el discurso se afirme que Dios no es ni varón ni mujer o que Dios “no tiene sexo”, y otra cosa es, a esa caracterización sustancial —es decir, aquella que dice lo que Dios es— agregarle características femeninas. Efectivamente, hay algunos ejemplos en la Biblia de descripciones de Dios con características que las atribuciones culturalmente asignadas al género femenino han procurado instalar como “esenciales” de la feminidad: predominio de las emociones, llanto, delicadeza y, por supuesto, maternidad (no en el sentido biológico del término, sino en el sentido del rol de cuidado, resguardo, alimentación, etc. fundamentales para la sobrevivencia). Así tenemos a un Dios que cuida como la gallina a sus polluelos (Mt. 23:37), un Dios que se estremece en sus entrañas y llora (Jn. 11:35), un Dios-Nodriza (Salm. 71:6), un Dios que consuela como madre (Isaías 66:13), un Dios con útero (Juan 1:18), un Dios que se arrepiente y se duele (Gén. 6:6), un Dios que engendra (Números 11:12), un Dios que ama y cuida como una “madre-osa” (Oseas13:8), un Dios que está de parto (Isaías 42:13 y 14), entre otros ejemplos que podríamos citar.
He de decir sobre lo anterior, también, dos cosas: de ninguna manera digo que un hombre/padre no se conduela, no tenga sentimientos o emociones: digo que las asignaciones binarias de género siempre han atribuido a las mujeres las características relacionadas a lo emocional y a los hombres las relacionadas a lo racional, independientemente de los casos particulares. Digo, además, que estas asignaciones “femeninas” a Dios no son la norma en la Biblia, son casos puntuales y aislados en comparación con las atribuciones que podríamos calificar de “masculinas”. Sin ir más lejos: hay alrededor de 280 menciones en la Biblia de la palabra “madre”: ninguna está asignada a Dios. Mientras tanto, hay cerca de 1500 menciones de la palabra “padre”: muchísimas refieren a Dios[1].
Los primeros teólogos (con “o”), no casualmente denominados “Padres”, fueron hijos de su época y casi unánimemente se plegaron a esta masculinización de Dios. Podemos encontrar a un San Juan Crisóstomo llamando a Dios “hermana y madre” en su Homilía sobre San Mateo 76, pero —si es que existen otros casos de esta época— siempre serán excepciones[2]. Mucho después, e ignorada por el canon teológico masculino por largos años, tendremos a Juliana de Norwich en el siglo XIV, quien, en una de sus dieciséis revelaciones del amor divino dirá “Así como Dios es nuestro Padre, Dios es también nuestra madre”, o hibridaciones muy osadas para la época, como “Nuestra madre preciosa, Jesús”, en una identidad TT (travesti/trans —sí, se que mi apuesta es muy provocativa, pero no encuentro otra explicación actual a una madre que en realidad es hombre—) que haría enojar a la crema de la academia, a lo más rancio del fundamentalismo y conservadurismo evangélico, a las altas esferas vaticanas e incluso a las actuales activistas Rad-fem y Terf[3]. Ni que hablar de los militantes anti “ideología de género”.
El verdadero cambio de paradigma, sin embargo, tuvo que esperar hasta las décadas del 60, 70 y 80, cuando teólogas feministas pioneras comenzaron a denunciar el sexismo heteropatriarcal no solamente en las instituciones religiosas sino también en la teología y en la Biblia. De entre ellas mencionaré a Mary Daly (ya abordada en un artículo anterior), Dorothee Sölle y Rosemary Ruether[4].
La frase que da título a este artículo es de Mary Daly quien abre el fuego muy tempranamente, en 1968, con su libro La Iglesia y el segundo sexo en el que pone en entredicho el lugar asignado a la mujer en la iglesia y la sociedad por la cultura eclesial, para, cinco años después, hablar de un Más allá de Dios el Padre, donde cuestiona de lleno esa masculinización de Dios. La frase en cuestión dice: “Si Dios es hombre, entonces el hombre es Dios”, explicando con múltiples argumentos algo que ya Simone de Beauvoir había esbozado en 1949 en El segundo sexo: la notable relación que existe entre las ideas masculinas de Dios, los roles asignados culturalmente a hombres y mujeres, y la subordinación (y opresión) de la mujer en las sociedades patriarcales (o sea, en todas)[5].
Cualquiera diría o podría pensar que las ideas sobre Dios tienen un escaso poder sobre aquellos y aquellas que no creen en Dios, mucho más en una sociedad cada vez más secularizada desde el advenimiento de la modernidad: y, sin embargo, no es así. Las ideas sobre Dios moldean y performan desequilibrios de poder, por vía de la estereotipación de roles, lugares y funciones que han caracterizado a la “familia occidental”, base de la sociedad. Estos desequilibrios, alentados y sostenidos por la idea de un Dios-hombre, ubican siempre a la mujer en el lado de la sumisión, la obediencia y la mansedumbre. Una vez estipulada a priori esa “esencia femenina”, cualquier excepción a esta fórmula de la feminidad es descartada y/o ahogada. El dato teológico, entonces, no es menor ni está circunscripto a los ambientes religiosos.
En 1964 Daly escribe una carta al editor[6] sobre Rosemary Lauer, quien había publicado Woman and the church[7], en la que decía que se sentía absolutamente avergonzada de no haber escrito ella misma lo que Lauer había expuesto tan magistralmente. En su carta, tan precoz, tan temprana, escribe cosas maravillosas: “Aunque algunas ya sabemos que esto no es una verdad revelada de Dios, los efectos inhibidores del mito se siguen sintiendo”, “Es difícil ir contra estas ideas cuando se invoca la autoridad divina para sostenerlas”, “Todos los clichés sobre la mujer (¿qué mujer?) se levantan para resistir al cambio”, “No sorprende que Aristóteles y Santo Tomás piensen como piensan (sobre la mujer), como personas de su siglo que eran, lo que sí es sorprendente es que se sigan sosteniendo estas ideas en el siglo XX”[8].
Daly, Sölle y Ruether desmantelan la masculinización de Dios por vía de la puesta en cuestión de la figura del “Padre”, aunque con matices.
Daly atacará primero el método teológico, debido a que naturaliza la imposición del ser humano varón como normativo y dominante, sin tener en cuenta las presuposiciones culturales que existen por debajo de esa interpretación. Sin una crítica a ese sistema, dirá, la teología traslada a Dios esos prejuicios (ideología, los llamará, incluso “evil”), para luego, en un movimiento circular, valerse de esa idea de Dios para validar el patriarcado, la heteronorma, el machismo y el sexismo, como algo proveniente de ese Dios el Padre. El “más allá” del título de su segundo libro implica, en sus palabras, “la muerte de Dios el padre”, para proceder a un movimiento “biofílico” de liberación. Porque la figura de ese Dios-Padre (masculino), supremo ser bajo el cual están todas las criaturas bajo sumisión, y la proposición del hombre como representante de ese Dios, justifica la opresión. Y esta opresión, dirá Daly, está detrás de todas las opresiones.
Rosemary Ruether, por su lado, publicó en 1983 Sexism and God talk: toward a feminist theology, en el que rescata la figura femenina de la diosa, en la idea de que en la Biblia hay “otra historia” que es posible rescatar reconstruyendo los símbolos para que, tanto hombres cuanto mujeres queden liberados del “demonio del patriarcado”, puesto que (coincide con Daly) todas las relaciones sociales están permeadas por la relación jerárquica Dios/humanos.
Sölle, mientras tanto, se sumerge de lleno en renombrar a Dios como “nuestra madre” en un texto de 1985 “Dios, madre de todos nosotros”[9], en el que afirma: “Un Dios limitado por un determinado lenguaje, definido por los conceptos y conocido por los nombres que han establecido las formas de dominación socio-cultural de una sociedad, no es el Dios verdadero sino una ideología religiosa”. Por ello, propone parafrasear a M. Eckhart diciendo: “le pido a mi madre Dios que me libre del Dios de los hombres”[10]. En sus palabras, llamar a Dios “madre” no sustituye el nombre “padre”, sino que lo relativiza, rompiendo el cerco del patriarcado.
Como dije antes, estas tres teólogas no son las únicas que abordan este tema que recorre de extremo a extremo casi todas las reflexiones de teología feminista. Sin embargo, me interesaba mencionar a Daly, Sölle y Ruether por su carácter de adelantadas en una reflexión que luego iba a tener muchos desarrollos, derivas e interseccionalidades.
En un artículo de 1992 Sölle dirá que se trata de algo mucho más importante que “agregarle” a Dios los elementos femeninos que los hombres están dispuestos a admitir para ser contemplativos con las demandas de las mujeres. Y dice algo muy importante que tomo para mí: “En el marco de esa deconstrucción, la crítica feminista no ha ido todavía lo suficientemente lejos”, y se pregunta si expresiones como “la diosa” o “la gran madre” (tomadas de culturas matriarcales) pueden realmente producir liberación.[11]
Daly, asimismo, en todos sus libros posteriores apela a la creatividad del lenguaje, de un nuevo lenguaje, para nombrar lo que todavía no ha podido ser nombrado.
La teología feminista que ha partido de cuestionar la masculinización de Dios ha avanzado en dos direcciones distintas —y acaso complementarias— en todo este tiempo. Sé que es una simplificación que no le hace honor a la vastedad de los estudios feministas, de los estudios de género y de la teología feminista propiamente dicha, pero tomaré ese riesgo de todos modos. Esas dos direcciones son: renombrar a Dios como Padre y Madre, o directamente renombrarlo como Madre, en la convicción de que si por tanto tiempo subsistió la religión con solo un Padre ¿qué problema habría con que ahora solo tenga una Madre?
Los esfuerzos han sido ingentes por lograr un mundo más igualitario y más vivible para todos y todas, y por liberar a la religión, a la espiritualidad y a Dios mismo de tantas aristas opresivas, degradantes, y muchas veces deshumanizantes de una religión patriarcal.
Pero: ¿y si Sölle tenía razón? ¿Y si la teología feminista no hubiera ido lo suficientemente lejos? ¿Y si concordaramos con Daly en que esa renovación del lenguaje sobre Dios está siempre en movimiento, para evitar la reificación, y varía de acuerdo a cada nuevo entendimiento de Dios?
Si hasta aquí no se han asustado, los y las invito a pensar mi propuesta:
1 ¿Qué imágenes evoca la palabra “madre”? Culturalmente, la madre significa «cuidado», «crianza», «acompañamiento en el crecimiento». «Maternar» es proteger, nutrir, cuidar, «encargarse de», etc. La asignación cultural establece para la mujer la característica de ternura, suavidad, amabilidad, emocionalidad, que contrasta con las asignaciones o roles que se instituyen para el padre (defensor, proveedor, fuerza, valentía).
2 ¿Qué imágenes evoca la palabra “padre”? Culturalmente, el padre es el proveedor. Es fuerte. Valiente. El que cuida con la fuerza (no con la ternura). El que no llora ni se amedrenta. El que defiende.
3 ¿Qué perderíamos con un Dios-solo-Padre? Teniendo en cuenta la influencia cultural presente en la escritura de la Biblia, entendemos la asignación de masculinidad a Dios. Pero, si nos quedamos con esta imagen forjada culturalmente, tendremos a un Dios fuerte, pero quizás no a uno que consuela en la debilidad…
Ahora bien, hasta aquí no hemos podido salir del esquema binario hombre/mujer, madre/padre, a pesar de que la teología se esfuerza por enfatizar que Dios no es hombre/mujer ni un sujeto sexuado. Vamos por partes: decir que no es hombre/mujer tiene su lógica, puesto que Dios no es un ser humano. Pero hay algo de la imagen de Dios en los seres humanos que no puede explicarse por vía de la a-sexualidad: a imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó. Pero eso lo discutiremos en otro momento. Volvamos al binarismo.
¿Qué ganamos y qué perdemos si pensamos a Dios en categorías binarias? Pensar a Dios en términos binarios nos permite recuperar el rostro femenino/materno de Dios, que ya es mucho. Pero, pensar a Dios en términos genéricos (ya sea para negar que Dios sea hombre o mujer, ya sea para afirmar que Dios es hombre y mujer), impide pensar a Dios más allá del binarismo, es decir, impide pensarlo con una «lógica difusa» que amplía los dos polos (M/F) hacia una amplia gama de variables intermedias, que enriquecerían la comprensión de Dios.
Pensar a Dios de forma binaria le resta un amplio espectro de la policromia de que nos habla Efesios 3:10 (multiforme sabiduría) y 1a. Pedro 4:10 (mutiforme gracia). Las palabras utilizadas en estos versículos son: πολυποίκιλος: (adj.) multidiversa, muy variada y ποικίλης: (sust.) policromía.
Si esta es una opción teológica muy osada, la invitación es a que, aun pensándolo binariamente, podamos rescatar y poner en valor el par «madre»- “padre”, de estas formas:
Porque recuperar el rostro maternal de Dios es completar la policromía de un Dios infinito, poliédrico, fractal, inabarcable. Recuperar el rostro maternal de Dios es morigerar, ablandar y acotar el rostro duro e implacable del padre-patriarcal. Recuperar el rostro maternal de Dios es poder creer en un Dios más digno de confianza.
Repasemos:
Fórmula tradicional limitativa: Dios Padre
Fórmula sumativa: Dios Padre y Madre.
Pero, si hay voluntad y los y las lectores han llegado hasta aquí, les invito a dar un salto más en ese camino de desencorsetar a Dios de la prisión patriarcal:
¿Y, entonces, qué pasaría si, a modo de intento —siempre tentativo, casi a ciegas—probáramos a renombrar a Dios así? Esta sería mi “Fórmula fuzzy”:
Mapadre+................Pamadre+
De donde el + ya no está en el “entre”, como si sumáramos dos polos, pero sin poder salir de la trampa binaria, sino a continuación de cada uno de los nombres nuevos, como simbolizando que “mapadre” o “pamadre”, como categorías novedosas, sin embargo, se quedan cortas, son pequeñas, podrían contener más, se rinden ante lo numinoso, el misterio, lo tremendo, lo absolutamente otro que se ha hecho par para hacerse cercano y algo comprensible.
En el “entre”, la amplia policromía, la “poikilés” (ποικίλης) de Dios que dona su imagen y semejanza en un espectro que va muchísimo más allá del binarismo, en su intención de abarcarlo todo y de abarcarnos a todos, todas, todes.
El lenguaje, por más artilugios que inventemos, siempre nos queda escaso y rígido. Sin embargo, todos los esfuerzos que intentemos son válidos para romper con estructuras que siempre han crecido a expensas de las víctimas que se cobran: sean mujeres, sean diversidades.
Porque en un Dios más amplio caben más: y yo no veo otra forma de ver a Dios que una que no sea expulsiva.
Sacar a Dios del closet del patriarcado ya no es una propuesta queer ni una propuesta snob: es instinto de supervivencia y es porfía de la fe.
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[1] La referencia no es exacta, es un simple relevamiento con una concordancia breve, pero da la idea de la magnitud de la diferencia.
[2] Los textos gnósticos hablan de Dios como “Madre y Padre”, pero ya hacia el siglo III habían sido erradicados del canon oficial.
[3] Feminismo radical transexcluyente (RadFem) y Trans-Exclusionary Radical Feminist (Terf). Para ahondar en estos términos recomiendo Massacese, J. (). Un perfil del movimientoradfem en la Argentina: taxonomías, antecedentes y polémicas. mora /29.2 (2023). Accesible en http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/mora/article/view/13921/12567
[4] No son las únicas, por supuesto. Cf. Gómez Acebo, I. (2003) Dios en la teología feminista.
Estado de la cuestión. 78 (2003) ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS 107-125.
[5] “La ideología cristiana ha contribuido no poco a la opresión de las mujeres” (Cap. I. The church and the second sex).
[6] Daly, M. Letter to the editor, «Women and the Church,» Commonweal, 79, no. 20 (14 February 1964): 603
[7] Publicado en Wir schweigen nicht länger! (We Won’t Keep Silence Any Longer!), Interfeminas-Verlag, 1964, pp.100-105
[8] Las traducciones son mías.
[9] Sölle, D. (1985). Dios, madre de todos nosotros. Orientierung, 49 (1985) 37-38
[10] La frase de M. Eckhart dice: “Le pido a Dios no conocerle” (porque las palabras son una cárcel).
[11] Sölle, D. (1993). Es muss doch mehr al salles. (Búsqueda feminista de los nombres de Dios). Traducido por Herder como Reflexiones sobre Dios (1996)
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