Posted On 14/04/2023 By In Opinión, portada With 1499 Views

¡Yo soy la niña que Dalái Lama besó! | Shirley Ruiz

Este artículo fue publicado anteriormente en laclavecuenca.com

En esta semana he leído muchos artículos y comentarios sobre el acto tan desagradable del Dalái Lama y no hace falta que explique una vez más sobre lo sucedido porque creo que a estas alturas de los días todo el mundo supo lo que pasó y cada quien ha hecho sus propios resúmenes y dejado muy en claro sus criterios.

Ese momento que ha sido tan incómodo, para muchos también ha sido motivo de chistes y memes y otra gran parte lo ha dejado pasar con la idea de “Ya se disculpó y la vida continúa”, me ha hecho pensar en el ejercicio del poder y en lo que realmente es importante y lo necesario que es para la vida no normalizar ciertos actos y mucho menos callarlos.

Cuando yo tenía 8 años conocí a un “Dalái Lama”, su nombre es lo de menos, él era el pastor de la música a la iglesia donde yo asistía, me encantaba la música y yo soñaba con algún día ser cantante y componer mis propias canciones por lo que mis padres me pagaron clases de guitarra con él.

Era una tarde bien soleada y estábamos en aquel saloncito solo él y yo con mi guitarra,  ya llevábamos como dos meses de clases, pero ese día fue el último y el primero para nunca más olvidarlo, él se puso detrás de mí y me empezó a explicar las notas de una canción, yo intentaba poner atención y tratar de concentrarme, cuando de pronto él empezó a tocar mi pecho donde mis senos ni formados estaban.

Nena, qué linda eres, me dijo, mientras mi corazón empezó a palpitar muy fuerte y mis manos empezaron a temblar, no recuerdo las notas musicales, no recuerdo cuál era la canción que estaba aprendiendo, solo recuerdo su apestoso aliento detrás de mi espalda.

Ese día fue el último de mis clases de música y aquel sueño que yo tanto deseaba quedó archivado en un baúl donde las llaves se perdieron y por miedo nunca más quise volverlo a abrir.

Ese día “Dalái Lama” estaba en la figura de un pastor pentecostal, pero también lo vi en un tío, en un profesor, y en otros que se atribuyeron el poder de abusar y agredir la inocencia de un ser indefenso, que sin más ni poder alguno, esa inocencia tuvo que quedar en la mirada de muchos y muchas y ver como un acto más quedó sin castigo ni justicia.

¿De qué sirve la disculpa si no hay un cambio trascendental?

El pastor se disculpó y siguió ejerciendo, el tío se disculpó y siguió visitando la casa, el profesor se disculpó y continuó impartiendo sus clases y Dalái Lama se disculpó y sigue siendo la figura más importante del mundo budista tibetano, sigue siendo “Su Santidad”

De una forma u otra, casi que todos los niños y niñas le tememos a alguna autoridad y ese temor se transforma en “autoritarismo”, poder del cual muchos y muchas se han aprovechado creando angustia, miedo e impotencia ante sus actos.

El poder requiere una gran responsabilidad y con ello debería también traer escritas las consecuencias de esa responsabilidad y quien desee ejercerlo debe aceptarlas y no tener inmunidad ante sus actos.

Quizá por lo que viví de niña, desconfío mucho de quien dirige, guía o ejerce algún puesto de poder, porque muchos se han transformado en un gran peligro para cualquier comunidad.

Ojalá, a mis 8 años hubiera tenido el valor y la fuerza que tengo hoy en día para hacerle frente a cualquier “Dalái Lama”, pero cuando somos pequeños admiramos inocentemente y creemos que el mundo es un lugar seguro, por lo que la responsabilidad de crear espacios seguros cae sobre nosotros los adultos y ningún niño y niña debería ser sometido a hombres y mujeres que con poder crean una vida de pesadillas ante la inocencia de quienes son indefensos.

Vuelvo a empezar y dicen que el miedo nos ayuda a sobrevivir y que cuando lo superamos le perdemos el respeto a aquello que nos dominaba para seguir creyendo ilusamente que hay un mundo mejor lleno de amor y respeto para todos y todas.

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